
Batalla de las Cumbres de Acultzingo
Del siglo XIX al siglo XXI.
La Batalla de Puebla del Cinco de Mayo.
La Batalla de Puebla fue un enfrentamiento clave durante la Segunda Intervención Francesa en México, donde las fuerzas mexicanas, lideradas por el general Ignacio Zaragoza, derrotaron al ejército francés comandado por Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez.
Ubicados en el cerro en el cerro Acueyametepec, los fortines de Loreto y Guadalupe, comprendían antiguas edificaciones religiosas en las que se habían construido obras de defensa militar durante la guerra de Independencia con el objeto de proporcionar protección a la ciudad de Puebla de las fuerzas insurgentes, que fueron reforzados apresuradamente por ingenieros militares. Ignacio Zaragoza solo tuvo un día para preparar la defensa.
El Ejército de Oriente, con muy bajas posibilidades de vencer, tuvo como principal motivación resistir el embate invasor y detener el avance francés hacia el centro del país a cualquier costo. Para lo cual contó con el apoyo determinante de distintas comunidades indígenas de la región, y de tropas procedentes y originarias de zonas rurales y urbanas de diversas partes de la República
A las nueve de la mañana del 5 de mayo de 1862, se disparó una salva desde una de las piezas de artillería instaladas en el fuerte de Guadalupe anunciando la presencia francesa en la zona. A lo que respondieron las campanas de la catedral de Puebla tocando a rebato.
El general Ignacio Zaragoza arenga a sus tropas.
“Soldados, os habéis portado como héroes combatiendo por la Reforma. Vuestros esfuerzos han sido siempre coronados por el éxito. Hoy vais a pelear por un objeto sagrado, vais a pelear por la Patria y yo os prometo que en la presente jornada conquistaréis un día de gloria. Vuestros enemigos son los primeros soldados del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México. Soldados, leo en vuestras frentes la victoria y la fe. ¡Viva la independencia nacional! ¡Viva la patria!”.
Con estas palabras Ignacio Zaragoza levanta el ánimo y el patriotismo de sus valientes tropas y las prepara para una lucha excepcional, a pesar de tener una clara inferioridad con respecto al ejército invasor.
Zaragoza establece su cuartel y centro de mando en la Iglesia de “Los Remedios”, construcción del siglo XVI, denominado “Fuerte de Los Remedios”, desde donde dirigió la batalla, ubicado en la ciudad de Puebla de Zaragoza; posición estratégica cercana a lo que era el camino a Veracruz, desde donde llegarían la fuerza expedicionaria francesa.
Se dice que en ese lugar Zaragoza salvó su vida “milagrosamente” al parapetarse tras la figura de un Cristo de madera (conocido ahora como el Cristo de la Columna o de la Bala) que, finalmente, recibió el impacto de la bala dirigida contra él por un soldado francés, que habría logrado internarse en la nave central de la Iglesia.
El 5 de mayo de 1862 De Lorencez decidió lanzar un asalto rápido, sin esperar refuerzos franco-mexicanos, que debían llegar a cargo del general conservador Leonardo Márquez Araujo, responsable del asesinato de Melchor Ocampo, de Leandro Valle y de Santos Degollado. De Lorencez intentó sorprender a los defensores de los fuertes de Loreto y Guadalupe.
Leonardo Márquez llevaba el sobrenombre de “El carnicero de Tacubaya», una de las versiones de este apodo dice que bajo pedido del sacerdote Francisco Javier Miranda y Morfi, miembro fundador del partido conservador y de la comisión que en Miramar ofreció la corona de México a Maximiliano, y órdenes del general Miguel Miramón, masacró a a un grupo de estudiantes de medicina, de enfermería, médicos y voluntarios que habían asistido a heridos del bando liberal, fueron pasados por las armas, el 11 de abril de 1859, junto a otros ciudadanos mexicanos y extranjeros, altos oficiales y tropa republicana. Fueron cincuenta y tres víctimas, conocidos posteriormente como los Mártires de Tacubaya.
Para el mediodía, dio inicio el fuego de artillería francés, sin lograr los resultados esperados por De Lorencez. Los anticuados 22 cañones mexicanos habían guardado silencio, dado su corto alcance. Alrededor de las dos de la tarde el conde de Lorencez ordenó el asalto a los fortines de Loreto y Guadalupe.
Es entonces cuando la artillería mexicana recibió con fuego al enemigo ocasionando bajas entre las tropas invasoras, columnas de zuavos y de infantes de marina, 1,200 franceses, que asaltaron los fortines de Loreto y Guadalupe.
Los franceses fueron rechazados, particularmente por las unidades de Guardia Nacional de Tetela de Ocampo y Zacapoaxtla a cargo del general Negrete,así como por las unidades de Veracruz y Toluca, bajo el mando de Berriozábal.
Para las dos de la tarde la lluvia cubría el campo de batalla favoreciendo las tácticas mexicanas.
Lorencez, ante las bajas sufridas y su ineficiente incursión, replegó sus fuerzas, y decidió lanzar un segundo ataque con tres columnas compuestas por cerca de 1,800 hombres concentrándose en el fuerte de Guadalupe.
Una escala francesa logró ser colocada en los muros del fuerte de Guadalupe, pero los soldados que lograron escalar murieron pocos metros después de alcanzar el terraplén del fortín, eliminados por las líneas de defensa apostadas en torno de la iglesia.
Al respecto, existe una anécdota histórica que relata un episodio donde un artillero mexicano, en la defensa del Fuerte de Guadalupe, arrojó una bala de cañón contra un zuavo francés. Los artilleros mexicanos, no tenían armamento ligero, ya que estas armas se habían distribuido a otras unidades debido a la escasez, y recurrieron a usar lo que tenían a la mano.
En un momento crítico, cuando los zuavos franceses escalaban las murallas del fuerte, un artillero mexicano lanzó una pesada bala de cañón, logrando abatir a un soldado zuavo francés.
Este acto se ha convertido en una historia icónica que resalta el coraje y la valentía de los defensores mexicanos frente a un ejército francés mejor equipado.
Hecho plasmado en una litografía de Constantino Escalante, publicada poco después del suceso, que representa el instante, en que un soldado zuavo se encontraba a punto de clavar la bayoneta y un militar mexicano se encuentra sosteniendo la bala de cañón sobre su cabeza.
El Batallón Permanente de Veracruz participó en la defensa, vinculando las defensas del este con el Fuerte de Guadalupe, por lo que es posible que miembros de este batallón fueran los artilleros de este episodio.
Las fuerzas del Estado de México y de los Cazadores de Morelia, rechazaron la incursión. Mientras que el Batallón Reforma, de la Segunda Brigada de Infantería comandados por Lamadrid, contuvo el avance francés, obligándolos a retirarse.
La tercera columna, que intentó avanzar por el llano hacia el cerro, fue contenida por los rifleros de San Luis y las fuerzas oaxaqueñas de la Guardia Nacional, dirigidos por el coronel Porfirio Díaz; el contingente de Díaz lograron dispersar a los Cazadores de África, persiguiéndolos hasta las cercanías de la Hacienda de Rentería, que se empleó como cuartel por los franceses ese día.
Los Carabineros de Pachuca a caballo, cargaron sobre el ya diezmado ejército francés que debió retirarse derrotado bajo un fuerte aguacero.
Lorencez pretendió tomar los fortines de Loreto y Guadalupe, en donde heroicamente los repelen tres veces.
Los franceses perdieron 476 hombres entre muertos, heridos o desaparecidos, mientras que dos fueron hechos prisioneros. Las bajas mexicanas ascendieron a 227 entre muertos, desaparecidos o heridos.
Parte de guerra del general Zaragoza al ministro de la Guerra.
Ejército de Oriente. General en Jefe. – Después de mi movimiento retrógrado que emprendí desde las cumbres de Acultzingo, llegué a esta ciudad el día 3 del presente, según tuve el honor de dar cuenta a Ud. El enemigo me seguía a distancia de una jornada pequeña, y habiendo dejado a retaguardia de aquél la 2a. Brigada de caballería, compuesta de poco más de 300 hombres, para que en lo posible lo hostilizara, me situé como llevo dicho en Puebla. En el acto dí mis órdenes para poner en un regular estado de defensa los Cerros de Guadalupe y Loreto, haciendo activar la fortificación de la plaza que hasta entonces estaba descuidada.
Al amanecer el día 4 ordené al distinguido General C. Miguel Negrete que con la 2a. División de su mando compuesta de 1,200 hombres, lista para combatir, ocupara los expresados cerros de Loreto y Guadalupe, los cuales fueron artillados con dos baterías de batalla y montaña.
El mismo día hice formar de las Brigadas Berriozábal, Díaz y Lamadrid tres columnas de ataque, compuestas: la primera, de l,082 hombres, la segunda de 1,000, y la última de 1,020, toda la infantería, y además una columna de caballería con 550 caballos que mandaba el C. General Antonio Alvarez, designando para su dotación una batería de batalla. Esas fuerzas estuvieron formadas en la plaza de San José, hasta las doce del día, a cuya hora se acuartelaron. El enemigo pernoctó en Amozoc.
A las cinco de la mañana del memorable 5 de Mayo, aquellas fuerzas marchaban a la línea de batalla que había yo determinado y verá Ud. marcada en el croquis adjunto; ordené al C. comandante general de artillería, Coronel Zeferino Rodríguez, que la artillería sobrante la colocara en la fortificación de la plaza, poniéndola a disposición del C. Comandante Militar del Estado, General Santiago Tapia.
A las diez de la mañana se avistó el enemigo y después del tiempo muy preciso para acampar desprendió sus columnas de ataque, una hacia el cerro de Guadalupe, compuesta como de 4,000 hombres con dos baterías y otra pequeña de mil, amagando nuestro frente. Este ataque, que no había previsto, aunque conocía la audacia del ejército francés, me hizo cambiar mi plan de maniobras y formar el de defensa, mandando en consecuencia que la Brigada Berriozábal, a paso veloz, reforzara a Loreto y Guadalupe, y que el cuerpo Carabineros de a caballo, fuera a ocupar la izquierda de aquéllos para que cargara en el momento oportuno. Poco después mandé al Batallón Reforma de la Brigada “Lamadrid” para auxiliar los cerros, que a cada momento se comprometían más en su resistencia. Al batallón de Zapadores de la misma brigada, le ordené marchase a ocupar un barrio que está casi a la falda del cerro y llegó tan oportunamente, que evitó la subida a una columna que por allí se dirigía al mismo cerro, trabado combates casi personales. Tres cargas bruscas ejecutaron los franceses y en las tres fueron rechazados con valor y dignidad; la caballería situada a la izquierda de Loreto, aprovechando la primera oportunidad, cargó bizarramente, lo que les evitó reorganizarse para nueva carga.
Cuando el combate del cerro estaba más empeñado, tenía lugar otro no menos reñido en la llanura de la derecha que formaba mi frente.
El General Díaz con dos cuerpos de su brigada, uno de la de Lamadrid, con dos piezas de batalla y el resto de la de Alvarez, contuvieron y rechazaron a la columna enemiga, que también con arrojo y valentía marchaba sobre nuestras posiciones; ellase replegó hacia la hacienda de San José Rentería, donde también lo habían verificado las rechazadas del cerro, que ya de nuevo organizados se preparaban únicamente a defenderse, pues hasta habían claraboyado las fincas; pero yo no podía atacarlos, porque derrotados como estaban, tenían más fuerza numérica que la mía; por tanto mandé hacer alto al C. General Díaz que con empeño y bizarría los siguió, y me limité a conservar una posición amenazante. Ambas fuerzas beligerantes estuvieron a la vista, hasta las siete de la noche, que emprendieron los contrarios su retirada, a su campamento de la hacienda de los Alamos, verificándolo poco después la nuestra a su línea. La noche se pasó en levantar el campo, del cual se recogieron muchos muertos y heridos del enemigo, y cuya operación duró todo el día siguiente; y aunque no puedo decir el número exacto de las pérdidas de aquél, sí aseguro que pasó de mil hombres entre muertos y heridos y ocho o diez prisioneros. Por demás me parece recomendar a Ud., el comportamiento de mis valientes compañeros, el hecho glorioso que acaba de tener lugar, patentiza su brío y por sí solo se recomienda.
El ejército francés se ha batido con mucha bizarría; su General en Jefe se ha portado con torpeza en el ataque.
Las armas nacionales, Ciudadano Ministro, se han cubierto de gloria y por ello felicito al primer Magistrado de la República por el digno conducto de Ud., en el concepto de que puedo afirmar con orgullo que ni un solo momento volvió la espalda al enemigo el Ejército mexicano, durante la larga lucha que sostuvo. Indicaré a Ud. Por último, que al mismo tiempo de estar preparando la defensa del honor nacional, tuve la necesidad de mandar a las brigadas O’Haran y Carbajal a batir a los facciosos que en número considerable se hallaban en Atlixco y Matamoros, cuya circunstancia acaso libró al enemigo extranjero de una derrota completa, y al pequeño cuerpo de Ejército de Oriente de una victoria que habría inmortalizado su nombre. Al rendir el parte de la gloriosa jornada del 5 de este mes, adjunto el expediente respectivo, en que constan los pormenores y detalles expresados por los jefes que a ella concurrieron.
Libertad y Reforma. Cuartel General en Puebla, a 9 de Mayo de 1862. ZARAGOZA. C. Ministro de la Guerra.- México.
Miguel Blanco Múzquiz, paisano de Zaragoza y Ministro de Guerra y Marina a partir del 3 de mayo de 1862 proclamó ante esta histórica victoria:
«¡Honor a los valientes soldados de la República! El supremo gobierno ha quedado sumamente complacido por la jornada de hoy, memorable e inmortal en los fastos de nuestra historia; pero particularmente por la heroica defensa de los cerros de Guadalupe y Loreto, donde el invasor y los libres han sellado con su sangre, aquellos su desengaño, y éstos su fama imperecedera. ¡Bravo, valiente general en jefe y todos sus dignos compañeros! ¡Bien, soldados de la libertad y del progreso! La nación os debe mucho, y sabrá amaros y recompensaros como merecéis. Si la jornada termina tan gloriosamente como comenzó y ha seguido, nada quedará que desear al supremo gobierno».
El triunfo en la Batalla del 5 de mayo, victoria obtenida contra todo pronóstico, batalla librada por la defensa de la soberanía y de la dignidad del pueblo de México, por Ignacio Zaragoza, general que nunca estudió en una escuela militar, levanta al culmen la moral y el espíritu nacional, momento de la historia de México coronado por una victoria gloriosa que ha trascendido para siempre en la memoria colectiva nacional e internacional, al constituirse parte de la identidad del pueblo mexicano.
La victoria del 5 de Mayo retrasó el avance francés durante un año, permitiendo a México preparar su defensa y ganar tiempo para la intervención de Estados Unidos.
Aún más, esta victoria avivó la simpatía por la causa de México no solo en nuestro continente, sino también entre los liberales europeos, incluyendo los franceses. México contó con el apoyo de intelectuales de la talla de Victor Hugo, quien escribiría “Valientes hombres de Méjico, resistid”.
Los telegramas de Zaragoza.
El general Ignacio Zaragoza Seguín envió diversos partes de guerra vía telegráfica (en servicio en México desde 1851) durante la Batalla de Puebla, comunicándose con el presidente de México, Benito Juárez y con el Ministerio de Guerra de acuerdo con el historiador Fabián Valdivia Pérez.
Al mediodía Zaragoza informó “Se ha roto el fuego de cañón por ambas partes”. A las 17:49 horas comunicó la victoria mexicana
“Excmo. Señor Ministro de Guerra: Las armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria: el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse del Cerro de Guadalupe, que atacó por el oriente de izquierda y derecha durante tres horas: fue rechazado tres veces en completa dispersión y en estos momentos está formado en batalla, fuerte de más de 4,000 hombres, frente al cerro de Guadalupe, fuera de tiro. No lo bato, como desearía, porque el Gobierno sabe (que) no tengo para ello fuerza bastante. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 o 700 entre muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros. Sírvase vd. dar cuenta de este parte al C. Presidente.— I. Zaragoza”
El 9 de mayo a las 11:58 horas envió un controvertido mensaje: “Hoy no he podido completar ni para un día de socorro económico, que importa $3,700 porque solo tiene la comisaría $3,300. La fuerza está sin socorro desde el día 5 y casi sin rancho.- ¡Que bueno sería quemar a Puebla! Está de luto por el acontecimiento del día 5. Esto es triste decirlo. Pero es una realidad lamentable. Estoy preparando mi marcha sobre el enemigo; pero acaso no lo pueda verificar oportunamente por falta de recursos”.
De Lorencez se vio obligado a declarar la retirada al final del día.
Llegando el 9 de mayo de 1862 las tropas francesas abandonaron Orizaba y se replegaron a Amozoc, y de ahí a Veracruz.
La Batalla del 5 de Mayo de 1862 en Puebla fue una victoria mexicana contra el ejército francés, pero fue una victoria temporal dentro de una guerra más amplia. A pesar de la victoria, Francia continuó su invasión y México no logró detenerla.
Las epidemias.
El general Zaragoza muere víctima del tifo.
En la primera quincena de julio (1862), encontrándose en Acatzingo, el general Ignacio Zaragoza Seguín manifestaba problemas de salud de manera intermitente con síntomas relacionados con “dolor físico, sino decaimiento moral”.
En agosto Zaragoza tuvo que dirigirse a la ciudad de México, en donde se entrevistó con Benito Juárez. Porfirio Díaz notificó a Zaragoza sobre el movimiento enemigo rumbo a las Cumbres. El 22 de agosto, Zaragoza se dirigió en diligencia a Puebla, de ahí al cuartel general y después a las Cumbres de Acultzingo, para posteriormente acudir al Fuerte del Palmar, donde se sintió gravemente enfermo, “fue atacado por un fuerte dolor de cabeza y alta temperatura” según el historiador Raúl González Lezama.
Debido a su precario estado de salud entregó el mando del Ejército de Oriente al general Jesús González Ortega.
El general Ignacio Zaragoza, como el gran líder que era, se preocupaba por sus hombres y “recorría las posiciones de sus tropas y los campamentos donde se atendía a los heridos y los numerosos soldados azotados por una terrible epidemia de tifo”.
Su Estado Mayor decidió trasladarlo, bajo la lluvia, a Puebla, donde “comenzó a ser presa de delirios que lo llevaron a imaginar que se desarrollaba una batalla, por lo que demandó sus botas de montar y su caballo. Los médicos y ayudantes del general debieron sujetarlo para evitar que abandonara el lecho en su deseo de salir a dirigir sus tropas”. Cabe subrayar que al no haber sido documentado ningún síntoma gastrointestinal no es factible que Zaragoza haya padecido fiebre tifoidea.
Los síntomas probablemente incluyeron, además de fiebre alta, debilidad extrema y delirio, posiblemente incluyeron complicaciones graves, exacerbadas por las limitadas opciones de tratamiento médico en el siglo XIX. La falta de antibióticos y las condiciones insalubres de la época habrían contribuido a la letalidad de la enfermedad.
El presidente Benito Juárez, envió a su médico, el Dr. Juan N. Navarro, a Puebla para atender a Zaragoza. Era demasiado tarde.
El ilustre general Ignacio Zaragoza, vencedor en la Batalla de Puebla, fallece víctima de una enfermedad bacteriana procedente de la pulga de una rata, productora del tifus murino, el 8 de septiembre de 1862, en el contexto de las condiciones insalubres durante la campaña militar y la epidemia de tifus que afectaba a las tropas mal alimentadas y con escasa higiene, carencia de agua para aseo personal y de la ropa, así como nulo cambio de las mismas y hacinamiento, reflejo de la precariedad en que se encontraban las tropas republicanas. la muerte de Ignacio Zaragoza por tifus murino apenas cuatro meses después de la batalla resalta los riesgos sanitarios de la época.
El tifo ha acompañado a los conflictos bélicos en la historia de México, sufriendo nuestro país muchos brotes epidémicos, especialmente en climas fríos, como el de Puebla y el de la ciudad de México; en la capital de la República, entre 1800 y 1921, ocurrieron doce epidemias de tifus.
Las epidemias en el siglo XIX en México.
Enfermedad y la Segunda Intervención Francesa.
Durante la Segunda Intervención Francesa diversas epidemias azotaron México, afectando tanto a la población civil como a las tropas de ambos bandos, afectando igualmente a médicos, enfermeros, capellanes y oficiales de alto rango.
Las principales enfermedades fueron el cólera, la fiebre amarilla, el paludismo, y el tifo; otras incluyeron enfermedades como la influenza, el sarampión, la tosferina, la difteria, la viruela, la fiebre tifoidea o la disentería.
El cólera se se convirtió en una patología endémica (1857-1871), y es la enfermedad que más estragos en el país a lo largo del siglo XIX en México.
La fiebre tifoidea y otras enfermedades gastrointestinales, sumadas a la hambruna, fueron causas de defunciones en el Sitio de Puebla.
La fiebre amarilla y el paludismo se encontraron presentes a lo largo de la, principalmente en sitios cálidos, Intervención Francesa de 1862.
La fiebre amarilla o vómito negro es causada por un virus y es transmitida por mosquitos, con una alta tasa de letalidad.
Estas enfermedades eran muy temidas en el siglo XIX. Tan es así que Maximiliano y Carlota al desembarcar en el puerto de Veracruz, lo hacen en un momento en que la fiebre amarilla ahí se encontraba causando grandes estragos, por lo que la pareja imperial cruzó la ciudad de Veracruz sin detenerse.
Acerca del autor

Rodolfo Ondarza Riovira
Rodolfo Ondarza Riovira*. Neurocirujano, activista en defensa de DDHH, Presidente de la Comisión de Salud durante la VI Legislatura de la ALDF, por mayoría relativa del Partido del Trabajo, México. Periodista. Miembro de la Academia de Geopolítica y Estrategia. Ex Candidato a la presidencia de la CNDH.