
Cuando el presidente Donald Trump subió al podio de la Asamblea General de las Naciones Unidas el 23 de septiembre de 2025, el mundo esperaba un liderazgo digno de una superpotencia. Desde Gaza hasta Ucrania, desde la hambruna hasta el cambio climático, la comunidad internacional esperaba dirección y soluciones. En cambio, lo que recibió fue un discurso impregnado de autocomplacencia, desprecio hacia los aliados y las instituciones, y una alarmante falta de visión.
Esta fue una oportunidad perdida. En un momento en que millones de personas se enfrentan al desplazamiento, el hambre y la violencia, el público global buscaba contenido sustancial. En cambio, se les ofreció retórica.
Un discurso sobre “mí”, no sobre “nosotros”
Lo más llamativo de las declaraciones del presidente fue su tono profundamente personal. Habló menos como un estadista que guiaba al mundo en tiempos de crisis y más como un político que defendía su propio legado. En un momento dado, declaró: «Es una lástima que yo tuviera que hacer estas cosas en lugar de que las hicieran las Naciones Unidas». Estas líneas sonaban menos a liderazgo global y más a un discurso de campaña.
Al destacar sus propios «logros» en lugar de las soluciones globales, el presidente Trump restó importancia al evento. La Asamblea General de la ONU no es un mitin, sino el escenario diplomático más inclusivo del mundo.
Atacar a la ONU mientras se afirma apoyarla
Quizás el aspecto más chocante del discurso fue su tratamiento de la propia ONU. Trump describió a la ONU como productora de «palabras vacías», sugirió que «no hace nada» e incluso se burló de los fallos técnicos, diciendo: «Estas son dos cosas que obtuve de las Naciones Unidas: una mala escalera mecánica y un mal teleprompter».
Sin embargo, minutos después, insistió: «Nuestro país respalda a las Naciones Unidas al 100%». Esta contradicción revela el problema subyacente: una retórica que socava la misma institución que Estados Unidos dice apoyar.
El peligro no es abstracto. Menospreciar a la ONU en su propio escenario envalentona a los cínicos, debilita el multilateralismo y envía una señal a los Estados vulnerables del mundo de que Estados Unidos podría ya no estar comprometido con la resolución colectiva de problemas. El riesgo de que algún día Estados Unidos abandone por completo la ONU —tal como abandonó la UNESCO, la OMS y el Acuerdo de París— resulta incómodamente real.
Gaza: Un silencio doloroso
En ningún otro contexto fue más evidente la brecha entre las expectativas y los resultados que en la gestión de Trump en Gaza. La catástrofe humanitaria es uno de los problemas más urgentes de la agenda global: el genocidio, la hambruna y el desplazamiento masivo exigen claridad moral y acciones audaces.
En cambio, el presidente Trump evitó incluso mencionar directamente a «Gaza». Habló únicamente de Hamás, culpándolo de rechazar la paz, mientras ignoraba el sufrimiento de más de dos millones de palestinos sitiados. No ofreció ninguna visión de alto el fuego, ningún reconocimiento de las masivas bajas civiles ni una hoja de ruta hacia la creación de un Estado palestino, una aspiración reconocida por más del 80 % de los Estados miembros de la ONU.
Para muchos en todo el mundo, esto fue una hipocresía flagrante. Defender la paz mientras se niega a identificar la crisis, invocar a Hamás mientras se ignora la responsabilidad de Israel, es erosionar la credibilidad de Estados Unidos como intermediario honesto.
Ucrania: Retórica sin hoja de ruta
En cuanto a Ucrania, el presidente Trump recurrió a declaraciones audaces: llamó a Rusia un «tigre de papel», insistió en que Ucrania podría recuperar todo el territorio perdido e instó a Europa a cortar el suministro energético ruso. Pero más allá de la bravuconería, no ofreció medidas prácticas. Ni plazos, ni garantías, ni estrategia.
Al anunciar resultados sin mostrar el camino a seguir, el presidente generó expectativas que no puede cumplir. La supervivencia de Ucrania depende de la diplomacia, la unidad y los recursos, no de discursos elaborados para obtener aplausos.
Alienando aliados
Igualmente preocupante fue el trato de Trump a los socios más cercanos de Estados Unidos. Amonestó a las naciones europeas con frases como: «Sus países se irán al infierno» si no revierten sus políticas migratorias. Acusó a Alemania y al Reino Unido de «destruir su patrimonio» y advirtió del colapso si no seguían su consejo.
La diplomacia se basa en la persuasión y la colaboración. Castigar públicamente a los aliados puede ser bien recibido por ciertos públicos en el país, pero erosiona la confianza en el extranjero. Transmite el mensaje de que Estados Unidos busca obediencia, no cooperación.
El cambio climático descartado
A la lista de decepciones se sumó la afirmación de Trump de que el cambio climático es «la mayor estafa jamás perpetrada contra el mundo». En un momento en que los desastres climáticos se intensifican, esta declaración no solo ignora la ciencia, sino que también menosprecia las dificultades de las naciones vulnerables.
Para los pequeños Estados insulares que se enfrentan al aumento del nivel del mar y a millones de personas que viven en condiciones climáticas extremas, desestimar el cambio climático no sólo es ofensivo, sino también peligroso.
Liderazgo perdido
La Asamblea General de las Naciones Unidas es la plataforma común del mundo, diseñada para trascender los agravios nacionales y centrarse en la supervivencia compartida. Sin embargo, el presidente Trump la utilizó como escenario para ajustar cuentas, ensalzarse y criticar a otros.
Este enfoque socava la idea misma del liderazgo global. Un verdadero líder no evita mencionar las catástrofes humanitarias, no distancia a sus aliados, no ridiculiza a las instituciones ni trivializa las amenazas existenciales. El liderazgo no se mide por los aplausos, sino por la visión y la responsabilidad.
La reputación de Estados Unidos en riesgo
Si Estados Unidos continúa por este camino, el coste será muy alto. Al vetar las resoluciones del Consejo de Seguridad que buscan detener el derramamiento de sangre en Gaza, distanciarse de sus aliados e ignorar las realidades climáticas, Washington pone en riesgo no solo su prestigio moral, sino también su influencia estratégica.
El mundo espera algo mejor. Históricamente, Estados Unidos ha alcanzado su máximo potencial cuando ha combinado poder con principios: cuando ha elevado el derecho internacional, protegido los derechos humanos y trabajado a través de las instituciones en lugar de contra ellas.
La elección por delante
En última instancia, serán el pueblo estadounidense, los académicos, los medios de comunicación y los responsables políticos quienes decidan si esta postura refleja el tipo de liderazgo que desean que los represente en el escenario mundial. Las elecciones de mitad de mandato podrían ser una prueba crucial.
Por ahora, sin embargo, una verdad es clara: el discurso de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 2025 no estuvo a la altura del momento. En lugar de unir al mundo, dejó a muchas naciones preguntándose si Estados Unidos todavía se considera un líder global responsable o simplemente un actor solitario, consumido por su propia imagen.
La historia recordará este discurso no como un punto de inflexión para la paz, sino como un recordatorio de lo que sucede cuando el liderazgo se pierde por la fanfarronería.
Vease el discurso completo del Presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump en el Debate General, 80° período de sesiones de la ONU
Acerca del autor

Zamir Ahmed Awan
Prof. Ing. Zamir Ahmed Awan, Presidente Fundador de GSRRA, Sinólogo, Diplomático, Editor, Analista, Asesor, Consultor del Centro de Investigación para la Cooperación Económica y Comercial del Sur Global y Miembro No Residente del CCG.