
Desde hace más de setenta mil años, el hombre nomina, define, designa con una palabra a las cosas e incluso a los acontecimientos. Por lo que quizás no le sea demasiado arduo nombrar lo que por estos días acaban de terminar, momentáneamente, en Gaza.
Fueron setecientos treinta y un días, sin faltar una hora, que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), en las que ha dado sobradas pruebas de que es el ejército mejor preparado del mundo, para asesinar niños hambrientos, entre otras delicatesen.
Todos lo hemos comprobado, porque durante estos setecientos treinta y un días, sin faltar una hora, hemos visto en directo cómo se intentó eliminar a un pueblo sin que nadie pague nada y, además, sus principales perpetradores queden a esto, de ser premiados y pasar a la historia como humanistas.
Quizás hasta el ocho de octubre de 2023, semejante ferocidad hubiere sido sencillamente un genocidio, una palabra que, por cierto, fue creada en 1944 por Raphael Lemkin, un abogado polaco, de origen judío, que combinó la palabra griega genos (raza o tribu) con el sufijo latino cide (matar).
Pero ahora, aquel término que se utilizaba para definir la matanza a modo industrial perpetrada por los nazis, oculta en campos de exterminio, ha quedado obsoleto, porque los nazis sí supieron tener la suficiente conciencia para entender que la atrocidad que estaban cometiendo era necesario ocultarla detrás de miles de kilómetros de alambradas electrificadas, relativamente lejos de todo, para que las humaredas que salían de los hornos de cremación, donde borraban las huellas de sus crímenes contra judíos, gitanos, comunistas, locos e inválidos de todo tipo, se disimularan en el aire y todo pasara sin alertar a nadie.
Pero ya la palabra genocidio cabe en el caso de los que ha ejecutado hasta ahora el régimen nazi-sionista de Benjamín Netanyahu, quien fue elegido democráticamente en varias oportunidades por su pueblo, igual que Hitler, por cierto.
El accionar de las FDI difiere en algunos puntos de la enjundiosa labor de los nazis, ya que ellos no pudieron jactarse de sus crímenes y debieron hacerlo a escondidas; en cambio, los sionistas han permitido transmitir en tiempo real cada hora de estos setecientos treinta y un días. Sin que, a nadie, más que a cientos de millones de personas que salieron a protestar en cada ciudad del mundo, les importase nada. Confirmando aquello de que cantidad casi nunca es calidad.
Por esto, hasta que a Donald Trump le dejó de parecer que lo que estaba sucediendo bajo su segundo reinado podría alejarlo del Premio Nobel de la Paz, y ordenó a su secuaz Bibi Netanyahu que se detenga esto que todavía no tiene nombre hasta ahora, al menos por un rato. Y posterguen los planes en común de levantar un símil de la Riviera francesa, en donde alguna vez había estado Gaza.
Todos sabemos, o al menos nadie debería ignorar, que este acuerdo de paz entre Harakat al-Muqáwama al-Islamiya (Movimiento de Resistencia Islámica) o Hamas y la entidad sionista solo es una postergación momentánea de la solución final. Hasta el momento que algún grupo extremista, otra vez un brazo disidente de Hamas, o algún otro que diga reivindicar los derechos a la existencia de Palestina, ataque “sorpresivamente” dentro del enclave o fuera algún interés judío, que le permita a Netanyahu o a quien lo suceda, volver a defenderse de los miles de niños heridos, hambrientos traumatizados, lisiados y arruinados de por vida, por los setecientos treinta días, sin faltar una hora de bombardeos, de crímenes de lesa humanidad, de torturas, de violaciones y de tiro al blanco a las filas de hambrientos, que esperaban su turno para una ración de comida le prolongue el martirio unas horas más, antes que el hambre, o ese disparo certero los alcance, por con el sacrosanto derecho de Israel a defenderse, cuestión de la que los palestinos han carecido desde 1947.
Desde mucho antes de 1947, con la llegada de los primeros contingentes judíos a la tierra Palestina, a la que arbitrariamente se la definió como una “tierra sin pueblo”. Un maridaje ideal, la situación mundial de los judíos, un “pueblo sin territorio”, obviado el detalle de que para entonces había cerca de dos millones de palestinos musulmanes, además de algunos miles de drusos, cristianos y judíos. Aunque la voracidad sionista no quedó allí y desde entonces hasta hoy ocupa y sigue reclamando la Franja de Gaza y la península del Sinaí a Egipto, Cisjordania (incluida Jerusalén Oriental) a Jordania y los Altos del Golán a Siria, su ansiado y corrosivo Lebensraum𝑟𝑎𝑢𝑚 (espacio vital).

La paz sea con vosotros
Con el plan ordenado por Donald Trump el pasado veintinueve de septiembre, se alinearon todos los involucrados tras su propuesta. Tanto los sionistas como Hamas, además de varios gobiernos europeos. Estos últimos presionados por sus electorados ante los muertos, que jamás serán reconocidos.
Por su parte, de manera unilateral, Trump modificó la hoja de rutas trazada en Nueva York el veinticuatro de septiembre, tras la cumbre con autoridades de los diversos gobiernos árabes y musulmanes, que de pronto recordaron que Palestina pertenece a ambas categorías.
Utilizando la visita a la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y delegados de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Qatar, Egipto, Jordania, Indonesia y Pakistán,
Además, Trump había apelado a los servicios de su yerno Jared Kushner, un sionista declarado, junto a los del ex primer ministro británico Tony Blair, como emisarios para negociar un alto el fuego, que se adaptó a las necesidades judías. Además. Israel amenazó a Hamas que, de no aceptar la propuesta en el término de cuatro días, “el final sería muy triste”. Con este enmascaramiento de un acuerdo de paz, Palestina ha vuelto a caer en una encerrona, de la que solo saca un beneficio, demorar, quizás hasta por un par de años, su exterminio total.
Más allá de que todos los jugadores de esta partida conozcan el final, como el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, que acaba de demostrar una vez más que se ha convertido en una oficina más del Departamento de Estado, afirma sin sonrojarse que “ahora es crucial que todas las partes se comprometan con un acuerdo y su implementación”.
Aquí hay un solo ganador: Netanyahu, al que se le acaba de quitar de encima la presión internacional, que desde hacía algunas semanas le había caído encima. Trasladada toda la responsabilidad a Hamas, deberá mantener bajo control a sus mandos medios y que no hagan, si algo así todavía existe, y no le hagan el juego a la ocupación realizando alguna operación militar.
De todas maneras, Israel siguió bombardeando Gaza y asesinando palestinos, sin que nadie osara plantear alguna protesta. Y esta metodología, aunque de manera más discreta, la seguirá aplicando por semanas, porque nunca ha dejado de golpear cuando todavía el panorama es confuso, para seguir avanzando en la limpieza étnica, que tarde o temprano terminará de realizar.
A los ciudadanos del siglo XXI les queda el reto, como ha pasado el siglo pasado, de encontrarle un nombre que defina a la acción de exterminar a dos millones y medio de personas, a cielo abierto, ya no solo por las armas, sino también por el hambre, y que de todos modos la culpa la sigan teniendo, únicamente, las víctimas.
Acerca del autor

Guadi Calvo
Escritor, periodista y Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.