Desde que estalló, para muchos, la inesperada guerra civil de Sudán, en abril del año pasado, se han escrito innumerables artículos sobre sus razones y consecuencias desde todos los ángulos posibles, abarcando lo histórico, lo político, lo militar, lo social, lo ideológico, lo económico, lo étnico, lo religioso, lo cultural, en todos los idiomas del mundo. Por lo que nadie, al que le haya interesado profundizar en el tema, puede decir que le faltan elementos para comprenderlo. Aunque organismos internacionales como Naciones Unidas (ONU) y la Unión Africana (UA), que deberían imponer de manera urgente el embargo de armas, establecer sanciones a los responsables de las masacres y desplegar una misión militar que pueda dar protección a los civiles, siguen distraídos, en vaya a saber en qué.
Al tiempo que han fracasado todos los intentos por conseguir un mínimo acuerdo entre los dos bandos en las negociaciones de Jeddah (Arabia Saudita), aunque se renuevan las esperanzas en las que se realizan en Ginebra (Suiza), por la participación de Egipto, que ha decidido tomar una mayor injerencia en las negociaciones para la resolución del conflicto, coordinando con Washington las conversaciones que alcancen un alto el fuego.
Mientras, los combates continúan y la cifra de muertos sigue creciendo (el número es absolutamente incierto, aunque nunca menor a las cuarenta mil personas); los desplazados internos ya superan los doce millones, lo que convierte a este fenómeno en el mayor del mundo.
Sudán enfrenta, también, la peor hambruna registrada a nivel mundial en los últimos cuarenta años, con más de veinticinco millones de personas, de una población total cercana a los cuarenta y siete millones. Por lo que la asistencia humanitaria es urgente, ya que el cincuenta por ciento de las áreas cultivables fueron afectadas por el conflicto.
Al tiempo que los envíos de víveres desde Puerto Sudán, sobre el Mar Rojo, donde se concentra la mayoría de la ayuda internacional, deben transitar en camiones miles de kilómetros hasta los puntos de distribución. Aunque estos convoyes suelen ser asaltados y saqueados, por lo que la asistencia siempre es escasa, llega a cuenta gotas y a veces irremediablemente tarde.
Los campamentos de desplazados han agotado sus provisiones hace meses, por lo que miles de personas que están pasando hambre carecen también de atención sanitaria y suministro de agua. A consecuencia de esto, se han comenzado a propagar enfermedades como cólera, polio, sarampión, y se han sumado los primeros casos de mpox (viruela de los monos). Se calcula que cerca del ochenta por ciento de los centros de salud sudaneses, desde el comienzo de la guerra, han quedado fuera de servicio o funcionan parcialmente.
Otra de las “epidemias” que se ha expandido es la de la violencia sexual y otro tipo de atrocidades, que parecen figurar como un recurso más en el mapa de la guerra. Para menguar en algo los padecimientos de la guerra en la población civil, Egipto, que en estos últimos meses parece haber recuperado el protagonismo regional, además del envío de armamento y tropas a Somalia y establecer una posible alianza con Turquía, también ha decidido llevar asistencia y personal médico a Sudán e intentar desbloquear los convoyes humanitarios atascados en la frontera con Chad.
En este contexto, se anota también la reiteración del genocidio de Darfur, que entre 2003 y 2005 se cobró la vida de medio millón de personas y obligó al desplazamiento de tres millones de personas, que escaparon de la limpieza étnica contra las comunidades negras originarias, conocidas como fur, massalit y zaghawa, a manos de los baggara (los de las vacas), una tribu de origen árabe. Hoy, con ese mismo propósito, un nuevo genocidio está en marcha, y si bien todavía no se ha alcanzado aquella cifra, ya se sabe que estas cosas son solo cuestión de tiempo.
En El-Geneina, la capital del estado de Darfur Occidental, se reporta, de manera casi cotidiana, que elementos de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), en su mayoría baggaras, salen de cacería contra los massalit. Familias enteras han sido asesinadas en sus casas o en plena calle cuando solo intentaban escapar, sin presentar ningún riesgo para los milicianos.
Mientras tanto, en el resto del país, el número de civiles ejecutados, violados, torturados y mutilados aumenta día a día, y dos millones de sudaneses han escapado hacia Egipto, Chad y Etiopía. En este último país, cerca de dos mil refugiados han quedado atrapados en el cruce fronterizo de Gallabat (Sudán) y Metema Yohannes (Etiopía), debido al incremento de los combates entre el Ejército Etíope y milicias regionales, que amenazan con reeditar otra guerra civil como la de Tigray 2020-2022, en la que murieron cerca de un millón de personas.
¿Quién alimenta la guerra?
Más allá del odio racial y los diferentes intereses de los líderes de la guerra, el general Abdel Fattah al-Burhan, jefe de las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS), y Mohamed “Hemetti” Hamdan Dagalo, comandante del grupo paramilitar Fuerza de Apoyo Rápido (FAR), en la guerra sudanesa también juegan potencias extranjeras, que, además de apoyar a uno u otro bando, convirtieron a Sudán en escenario de sus propias disputas.
Por ejemplo, Arabia Saudita, que apoya al general al-Burhan, dirime allí sus diferencias con los Emiratos Árabes Unidos (EAU), que respalda a Hemetti, a quien había proveído cientos de sus milicianos para luchar contra los hutíes, no bien comenzada la guerra de Yemen en 2015. Mientras tanto, el general Hemetti Dagalo ha acusado al ejército sudanés de reclutar mercenarios libios, haciéndolos ingresar al país desde Chad.
Fuentes occidentales han denunciado que en el conflicto también participaron hombres del Grupo Wagner, la fuerza mercenaria de origen ruso, que habría brindado entrenamiento a las FAR; mientras que fuerzas especiales ucranianas se han desplegado en Sudán para apoyar a las FAS, como también lo están haciendo en el norte de Mali, apoyando a la extraña alianza de los separatistas tuaregs y Jama’at Nasr al-Islām wal Muslimin (Grupo de apoyo al islām y los musulmanes), tributario de al-Qaeda en el Sahel, en su combate contra el gobierno de Bamako, aliado a Moscú.
Aunque, después de la muerte de Yevgeny Prigozhin, el fundador del Grupo Wagner, en agosto del año pasado, el Kremlin habría reconsiderado el apoyo que le estaría dando a Hemetti y habría acordado con el general al-Burhan, a cambio de armas y municiones, siempre según fuentes occidentales, por conseguir establecer una base naval sobre la costa del Mar Rojo.
La misma fuente indica que también Teherán estaría apoyando a las FAS a cambio de una base en el Mar Rojo, lo que habría hecho sonar las alarmas en El Cairo, Riad y, obviamente, en los Estados Unidos. Al igual que el Reino Unido, Francia no estaría jugando de manera directa en la guerra; aunque, muy posiblemente, por disimulada que sea la colaboración, Washington no se va a permitir no jugar algunas fichas en un conflicto que se disputa en un país con 2200 kilómetros de costas sobre el Mar Rojo, y donde tienen intereses tanto Moscú, Teherán y Beijing, que desde hace al menos dos décadas ha realizado millonarias inversiones.
En este contexto, el domingo partió en una gira a Arabia Saudita, Egipto y Turquía el enviado especial para Sudán del presidente Joe Biden, Tom Perriello, cuya misión es establecer bases sólidas con los tres interlocutores que conduzcan a la resolución del conflicto sudanés.
Mientras los negociadores se acomodan en sus sillas, la guerra no espera y continúa devastando al pueblo sudanés. En un ataque aéreo del pasado domingo, al menos veinte personas que asistían a un mercado de la ciudad de Sennar, al sureste del país, murieron.
Según fuentes locales, el ataque habría sido responsabilidad de las Fuerzas de Apoyo Rápido. Además de los muertos, el bombardeo dejó cerca de ochenta heridos. La acción se produjo después de que el Ministerio de Asuntos Exteriores de Sudán, que responde al general al-Burhan, rechazara el pedido de funcionarios de la ONU para que se les permitiera desplegar una fuerza internacional para la protección de civiles.
En el pedido de Naciones Unidas, realizado dos días antes del ataque al mercado, también se señalaba que su equipo de investigación había descubierto violaciones a los derechos humanos de características «horribles» por parte de ambas partes, que podrían definirse como “crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad”.
Así todo, los funcionarios del general al-Burhan rechazaron la propuesta al día siguiente, lo que permitió que al domingo las FAR pudieran atacar una vez más un objetivo claramente civil, en el contexto de una guerra que, por más que se la explique, no se puede entender.
Guadi Calvo
Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. Guadi Calvo es escritor y periodista de origen argentino.